viernes, 29 de junio de 2012

La cabeza del fénix


En la NBA se suele a agrupar a los jugadores en los listados más variopintos. Hay clasificaciones de los géneros y temáticas más variadas, pero, entre todas ellas, hay una lista maldita. Una lista compuesta por nombres de una calidad inmensa, jugadores que nos evocan jugadas míticas, momentos únicos de nuestro amado deporte. LeBron James ha sido tachado de ella, el rey ya tiene corona, y, más importante, anillo. Por fin.

Charles Barkley, John Stockton, Karl Malone, Reggie Miller, George Gervin, Allen Iverson, Steve Nash o Chris Webber, entre otros, comparten algo en común. Son jugadores de leyenda, dioses del baloncesto, prodigios bendecidos con un don, pero, también, de una fortuna esquiva. Bien sea porque sus equipos no los supieron rodear como es debido o porque tuvieron la desgracia de coincidir en el tiempo con equipos como los Bulls de Jordan o los Lakers de Kobe y Shaq, la realidad es que se quedaron sin el ansiado anillo.
En esta lista, hay un nombre que todavía aspira a ser borrado de ella. Un veterano al que la hambre de un novato le hace seguir, persistir en su sueño. Hablo de Steve Nash.

El orgullo de Canadá, irónicamente, nació en Johannesburgo, hace 38 años.
Su familia vivía por y para el deporte, Nash tan solo tuvo que dejarse llevar por la corriente. Era un buen atleta, el talento emanaba de sus pies del mismo modo que lo hacia de sus manos. Una prueba de ello fue el doble nombramiento como jugador del año (Columbia Britanica) que recibió en baloncesto y fútbol.
En el momento de tomar la elección que marcaría su vida y, sin saberlo, la de muchos, Nash decidió nadar a contracorriente. En una familia futbolera (padre y hermanos fueron profesionales) él se decantó por el baloncesto. Una decisión acertada, sin duda, viendo quien ha sido y qué ha representado... y representa.

Aunque sus números de instituto eran espectaculares (en su año senior bordeó promedios cercanos al triple doble) no le fue fácil encontrar universidad. Su endeble físico y su poca capacidad atlética, ocultaron su talento a los necios que no supieron ver más allá. El único que confió en él fue el único que lo vio jugar en persona, dominar desde la posición de base como pocos podían hacer. Dick Davey se lo llevó a la universidad de Santa Clara. Allí completó los cuatro años de rigor. Sus números fueron un preludio de lo que vendría, batió récords en porcentaje de tiros libres, asistencias y triples anotados. En 2006 su universidad decidió retirarle dorsal para que nadie osara volver a lucir, indignamente, el número 11 en su zamarra. El 2 veces MVP de la NBA, una supernova en esa constelación de estrellas, merecía tal reconocimiento.

Empezó su carrera siendo un peón en Phoenix (número 15 del draft de 1996) invisible a los halagos que otros gozaron desde su llegada. Eclipsado por Kidd, Nash trabajó para labrarse su camino, mejorar su físico hasta su limite, un limite que para muchos otros era el comienzo.
Pero, aterrizar en la liga y tener que competirle el puesto a uno de los bases más completos de la NBA era una utopía. Nash aprendió de Kidd, pero tuvo que ser en Dallas donde pusiera en práctica lo aprendido. Al tercer año de dirigir la franquicia tejana, dobló sus números, creció como jugador y su equipo creció con él. El tridente tejano empezó a asustar a la liga: Steve Nash, Michael Finley y Dirk Nowitzki eran el triple cuerno de los vaqueros.
En la temporada 2001-02, y, coincidiendo con el cambio de escudo (pasaron de un sombrero a un caballo) los Mavericks empezaron a galopar hasta la cima. Los cowboys se convirtieron en el equipo más ofensivo de la NBA, un ataque de gatillo rápido y efectivo.

El paso al frente definitivo fue en la temporada siguiente, la cual empezaron con un balance de 14 victorias, para un total de 60. Un equipo preparado, con mimbres de campeón, que una inoportuna lesión en el tercer partido de las Finales de Conferencia del general alemán, Dirk Nowiztki, impidió a los Mavericks alcanzar la cúspide de la NBA. En el sexto partido fueron eliminados por los San Antonio Spurs. La bestia negra de Steve Nash.

En la temporada 2004-05 Nash separó su andar de la senda de Dallas para coger otro camino, el que le haría MVP y le convertiría en leyenda. Los Phoenix Suns lo consideraban uno de los suyos y hicieron todo lo posible para reconvertirlo a su causa. Allí, Steve Nash evidenciaría el motivo de su insistencia. Nadie podía esperar lo que estaba por suceder en el corazón del árido desierto de Arizona. Asistir (nunca mejor dicho) a un despertar. 

 

Steve Nash hizo renacer el fénix y lo hizo volar hasta lo más alto de la liga. Convirtió aquel equipo en un ave veloz y letal, capaz de hacer arder a sus rivales con un ritmo de transiciones frenético. Reavivó a un equipo gris y apagado, su llegada conllevó un incremento de 15 puntos respecto a la temporada anterior (de 94.2 a 110.4), números que mantuvo, con ligeras oscilaciones, hasta la temporada 2009-10. Convirtió a los Suns en un referente, en marca propia. Phoenix fue un equipo admirado por todos, el más brillante de la competición. Su luz era tan cegadora que eclipsaba, en juego, al resto.
Steve Nash nunca ha tenido un físico al nivel de los monstruos que pululan por la NBA, y, evidentemente, no lo tenía en su segunda etapa en los Suns, pues fichó por Phoenix cuando ya superaba la treintena. Aunque eso no representaba ningun problema para Nash, pues compensaba esa carencia explotando el físico de portentos atléticos como Shawn Marion o Amare Stoudemire a los que sacó el mejor rendimiento de sus carreras. Un equipo pequeño, como no podía ser de otra forma, liderado por uno de los mejores pasadores de la historia. Su lectura del bloqueo y continuación era magistral, sabía dar el pase justo en el momento adecuado, gozaba de visión panorámica y de uno de los cerebros más rápidos de la liga. Nash ejecutaba con desconcertante precisión el difícil trabajo que Mike D'Antoni le encomendaba sin que ello conllevase disparar el número de pérdidas. Verlo jugar y asistir con tanta rapidez a la par que seguridad era, simple y llanamente, sublime. Sabía en cada momento cuándo y cómo sacar a relucir su privilegiada muñeca y cuándo y a quién asistir. Él fue el motivo por el que Phoenix creció tanto, pues no sólo hizo crecer a la franquicia, sino a sus compañeros, algunos de los cuales, deberían darle (mínimo) el 10% del salario que están cobrando. Sería lo justo, pues sin él no estarían ganando lo que ganan. ¿Verdad Amare?

El quinto máximo asistente de la historia fue el pasador más prolífico en las temporadas 2004-05, 2005-06, 2006-07 y 2010-11, el culpable de la metamorfosis de aquellos Suns.
La NBA le recompensó en esos tres años con 2 premios MVP, el tercero se le resistió (segundo en las votaciones), pues fue a parar a Dirk Nowizki, galardón bastante discutido debido a la temprana eliminación de los Mavericks a manos de Golden State.

Pero el reconocimiento individual no acompañó al colectivo. La mala suerte privó a aquel equipo y a Steve Nash de un anillo que, por juego, deberían haber ganado. Lamentablemente, los Suns tuvieron que lidiar con demasiados contratiempos, infortunios y, por qué no decirlo, una injusticia.

En la temporada 2005-06 dejaron escapar a Joe Johnson (su relación con STAT era pésima) y perdieron a Stoudemire para toda la temporada debido a una microrotura en la rodilla. A pesar de esto, llegaron, de nuevo, a Finales de Conferencia. Nash exprimió hasta la última gota una plantilla más escasa en talento de lo que pudiese aparentar su récord y su juego.

En la siguiente temporada, en las semifinales de Conferencia contra los Spurs, se sucedió una de las mayores injusticias de la historia de la NBA, la liga empequeñeció y, de forma tiránica, castigó a la víctima.
Siempre he tenido la sensación de que la liga no respetó lo suficiente el producto que significaban los Suns, por lo menos no al nivel que lo hicimos los fans. Aquel equipo fue maltratado en numerosas series de Playoffs, bien fuera por Lakers, Clippers o, sobre todo, Spurs. Para detener a los Suns, estos y otros equipos desarrollaron un juego trabado, incluso sucio (unos más que otros), sobrepasando la legalidad con demasiada impunidad arbitral.

Cuando se desconecta el cerebro, por muy buena que sea la maquinaria, esta no puede funcionar de forma óptima. Esto es lo que quiso hacer Gregg Poppovich mandando a su sicario. Los Suns perdieron el primer partido de la eliminatoria después de que Nash tuviera que abandonar la pista a falta de 1 minuto por una brecha en la nariz en un encontronazo con Parker, a eso se le puede considerar un lance del juego. No así lo que sucedió en el cuarto partido de la serie, en el que Nash recibió (a pocos segundos del término del partido) una falta de una dureza desmedida. Un vil intento de oscurecer la luz que Nash transmitía, que su equipo necesitaba.
La vergonzosa actitud de Robert Horry tuvo un inmerecido premio, la sanción a Stoudemire y a Boris Diaw por salir del banquillo en respuesta a un ataque a su líder.

Permitidme la licencia: Where unfair happens... 

Con sus dos mejores interiores fuera, los Spurs ganaron por un ajustado 88-85 en Phoenix y remataron la faena en su campo.

Tengo la sensación, quizá subjetiva, de que aquellos Suns, de ganar esa eliminatoria contra los Spurs, hubiesen sido campeones, pues en las Finales de Conferencia se habrían enfrentado a un rival relativamente asequible como eran los Jazz y en Las Finales contra un LeBron demasiado solo para responder al vendaval anotador de los Suns. Pero eso pertenece al terreno del basket-ficción...

A veces la vida es injusta, ese año lo fue con los Suns y con Nash, pero, al mismo tiempo, esa puñalada trapera de David Stern sirvió para acrecentar, aún más, el fanatismo hacia los “Soles”, de proporcional forma que disparó el odio que, como yo, muchos llegaron a sentir por aquellos campeones indignos.
Yo no pondría un asterisco al anillo Spur del 1999, lo pondría al del 2007.

En temporadas posteriores, y a pesar de los esfuerzos (insuficientes a todas luces) para reforzar el equipo, los Suns no consiguieron mejorar su plantilla, que fue empeorando paulatinamente con movimientos y traspasos de dudoso acierto. Ni la llegada de veteranos como Grant Hill, Shaquille O'neal o Vince Carter remediaron el progresivo apagón del Sol de Phoenix.

Pero, a diferencia de la luz de Phoenix, la de Steve Nash aún se mantiene incandescente al paso del tiempo, al desgaste de la edad. Su ocaso llegará pronto. Quizá, aquel fénix que las manos de Steve Nash hicieron renacer vuele hacia la ciudad del fuego, Miami, para que, una vez allí, pueda descansar con un anillo. El anillo que merece.





El fénix que surgió de las cenizas para surcar la constelación de estrellas ha desaparecido, pero su estela permanecerá perenne en el firmamento.

miércoles, 27 de junio de 2012

miércoles, 20 de junio de 2012

Miami a un paso de vivir el sueño




Todos tenemos sueños y nuestro mayor sueño debe ser hacerlos realidad. En eso está LeBron James. Ayer los Heat ganaron el cuarto partido de Las Finales. El elegido nunca ha estado tan cerca, a tan solo una victoria. Cuando la consiga, entonces sí, entonces podrá sentarse en su trono y liberar su espalda del peso de una presión tan gigante como él.


Una tormenta temprana se instaló en el American Airlines Arena, de la mano de un Russell Westbrook bestial, OKC consiguió la primera gran ventaja del partido, 19-33 al final del primer cuarto. Pero el temporal duró poco. El calor blanco propinó a los Thunder un parcial de 0-13 y la ventaja quedó en nada. Fue una tormenta de verano.

En ese aspecto los Heat fueron bastante más eficaces que los Thunder, pues en el segundo partido de las Finales, y con menor diferencia de puntos al finalizar el primer cuarto (12), OKC no consiguió reducir las distancias con Miami hasta bien entrado el tramo final de partido, momento en el que los Heat supieron aguantar y ganar. Una victoria decisiva.

Quizá se deba a la juventud o a la inexperiencia de jugar en territorio virgen, de estar en el último escalón, el más difícil de subir. Sea lo que sea, OKC ha reducido considerablemente su porcentaje en los tiros de campo, incluidos los tiros libres.



En la historia de las Finales ningún equipo ha conseguido remontar un 3-1, Oklahoma lo sabía y salió dispuesto a impedir la tercera victoria de los Heat. Pero, por sorprendente que pueda parecer, Miami los superó como equipo.

Tras la desaparición de Harden, el dúo Westbrook-Durant se siente demasiado solo, huérfanos de una referencia interior (ofensiva) y con las limitaciones en ataque de Thabo Sefolosha, OKC se sustenta en ellos. Pero ellos solos no pueden aguantar los envites de un equipo liderado por dos mega-estrellas como Wade y LeBron. Si en la serie que jugó Miami contra Indiana critiqué la dependencia que tenían los Heat de sus dos estrellas, ahora debo hacer lo mismo con OKC, pues ayer, de los 98 puntos que metieron, 71 los hizo el dueto Westbrook-Durant.



En estas finales el juego de individualidades lo desarrollan los Thunder, basan su ataque en dos talentos inmensos, pero parecen no darse cuenta de que enfrente tienen a LeBron y a Wade, jugadores cuyo talento es igual o incluso superior. Pero es que además, Miami ha encontrado, por fin, la forma de involucrar a más compañeros. Ayer apareció Chalmers, pero hasta entonces estaba Shane Battier, martilleando a OKC con sus triples, o Bosh cogiendo rebotes, abriendo la zona con sus tiros o anotando en la misma con movimientos de calidad. LeBron y Wade ya no se sienten solos. No lo están.



En el cuarto partido, dos hombres jugaban por encima del resto, perseguían un sueño. Cuando jugadores de la calidad de Westbrook o LeBron entran en estado de gracia suceden actuaciones para la historia, momentos para los cuales nos quedamos despiertos hasta que amanece, sintiendo como se ilumina nuestra mirada con el brillo de su luz. Y es que hay cosas que sólo la NBA es capaz de darnos.



Ayer LeBron y Westbrook demostraron, más que nadie, el anhelo por reinar, dejar de creerse los mejores, para serlo realmente.

Rusell Westbrook (43 puntos, 7 rebotes y 5 asistencias) estaba imparable, tuvo un inicio de encuentro fulgurante, pero mantuvo el nivel de acierto durante todo el partido. En el último cuarto volvió a crecer por encima de todos, fue el pilar que permitió a los Thunder seguir con vida. En el último periodo, Westbrook anotó 17 de los 23 puntos de su equipo, tan solo contó con la ayuda de Kevin Durant, que hizo los 6 puntos restantes. Nadie más le ayudó. Nadie. Westbrook estaba solo, pero ver que su equipo lo necesitaba, sentirse la estrella a pesar de compartir equipo con Durant, le permitió crecer hasta el punto de eclipsarlo. Se convirtió en una supernova, pero acabó estallando. Se inmoló. Es cierto que se equivocó haciendo falta a Chalmers con 4 segundos de posesión y 13 de partido, pero, sin sus puntos, OKC no hubiera llegado a ese final.



Por otro lado es necesario hablar del elegido, Lebron James. El rey empieza a adquirir la categoría de Dios. Ayer, como en tantas otras veces, demostró que no sólo es capaz de anotar, sino que, aprovechándose de las ventajas que él mismo genera, puede asistir como un base. De hecho, asiste a sus compañeros con más asiduidad que algunos Point Guards de la liga, pues tiene una media de 6.9 asistencias en su carrera.

Quizá Durant lo supere en talento, pero a día de hoy, LeBron James es el jugador más completo de la NBA. Capaz de hacer de todo y, además, hacerlo a un nivel que otros sólo pueden soñar. Con 26 puntos, 9 rebotes y, sobretodo, 12 asistencias, LeBron hizo partícipes a sus compañeros de un juego más generoso, anotó y hizo anotar.

Más allá de gustos personales, es evidente que un jugador de su talento merece un anillo.



Ya lo tiene cerca, está a punto de cambiar su gris realidad, vivir lo que está harto de soñar.

A pesar de la voraz precocidad de sus logros, el anillo resiste inmune a su talento. Eso sí, jamás lo ha tenido tan cerca. Miami está a una victoria de coronarse rey de la NBA. Tan solo una histórica remontada se lo podría impedir.



En la temporada 2007-2008 eran los dos peores equipos de la liga, 4 años después están disputando las Finales. Tan o más importante que soñar es saber que otros sueñan por ti, alegrarlos con tu alegría. La ciudad de Oklahoma lleva pocos años persiguiendo el sueño de convertirse en una ciudad campeona; Miami está muy cerca de despertarla.



Dejando al margen a Wade y a Fisher, el quinto partido será, para el resto, el partido más importante de sus carreras.









Unos lucharan por convertir su sueño en realidad; otros para seguir soñando.






viernes, 15 de junio de 2012

A remolque


Tres victorias. Solamente tres más, y las puertas de la eternidad se abrirán de par en par. Ni periodistas, ni entrenadores, ni aficionados; el basket. Él será el que decida su nuevo rey. El legítimo.

Miami ha empatado la serie, ha usurpado una victoria del Chesapeake Energy Arena. En medio de la tormenta; los Heat vieron el Sol. Un Sol que en Miami brillará con mayor fuerza.

El inicio del segundo partido fue un calco del primero, los Thunder salieron nerviosos y imprecisos, en defensa permitieron penetraciones demasiado cómodas a LeBron y a Wade, que se marchaban de su par con tremenda facilidad, y Ibaka no podía hacer nada para detener la temprana hemorragia.
Los exteriores de los Thunder estuvieron demasiado laxos en defensa, fiaron su suerte a las ayudas intimidatorias de Ibaka, pero hasta la segunda parte el congoleño no volvió a ser temido.

Scott Brooks permitió que los Heat aprovechasen esa desigualdad. Debería haber sacado a Harden mucho antes, pero fiel a su inmovilismo táctico, lo dejó en el banquillo el tiempo que había previsto de antemano. Cuando Harden salió, el marcador ya reflejaba un sangrante 16-2 para los Heat.
Al descanso, “The Beard” hizo más puntos (17) que el dúo Westbrook-Durant (15), pero en la segunda parte las cosas iban a cambiar.

En la segunda mitad aparecieron Westbrook y Durant en ataque, y un inconmensurable Ibaka en defensa. Harden ya no estaba solo. Pero a pesar de la mejora, del empuje salvaje de los Thunder, Miami resistía. Aguantaba con firmeza los golpes que iba recibiendo, se doblaba, se tambaleaba, pero no caía. Esta vez no.

En la segundo tiempo, Oklahoma empezó a enjuagar, lentamente y a trompicones, la diferencia que los distanciaba. Los Thunder cabalgaban cada vez más deprisa, mientras que los Heat aminoraban el galope. El acierto de Durant y Westbrook subía, y el muro defensivo de los Thunder iba creciendo más y más, sellando su zona, prohibiendo la entrada a molestas incursiones rivales.

Al inicio del último cuarto, y con un 80-69 favorable a los Heat, Durant cometió la quinta personal. Brooks lo mantuvo en pista. En ese momento todo cambió.
Con la espada de Damocles encima de su cabeza, Durant sacó su mejor juego, sacó al MVP que lleva dentro. Parece que cuando mayor es la presión menor es el temor. El joven Kevin hace gala de una firmeza y una seguridad insólitas. Su determinación es inmensa. ¿El miedo? Para él no existe. Si en el último cuarto del primer partido se fue a los 17 puntos, en este llegó a los 16. Anotó los mismos puntos que en los tres cuartos anteriores, para un total de 32. 

Con 98-91 y 54 segundos por jugar, los Heat a duras penas conservaban el margen que habían logrado en el primer cuarto. Con sendos canastones a tabla de LeBron y Wade y la vital, y perenne, aportación del mariscal de Duke, Shane Battier (16.5 puntos y 9/13 en triples en la serie), Miami mantenía la exigua ventaja.

Tras una perdida de Wade, Durant lanzó un triple para colocar a su equipo a tan solo 2 puntos. La remontada estaba cerca, más cerca que nunca.
El triple de Durantula quiso ser contestado. LeBron quería enmudecer Oklahoma, responder a Durant y a su críticos, hacer ver al mundo que él también era capaz de hacerlo, pero su triple fue repelido por el aro con la misma dureza con la que es atacado por sus detractores.
En la siguiente posesión, y con 14 segundos para el término del encuentro, Durant tuvo la oportunidad de empatar el partido, pero una defensa de LeBron, que a mi entender debió ser penalizada, impidió a Durant igualar el partido.

Fuese como fuese el resultado ya es inamovible y los Heat vuelven a casa con un botín muy valioso. Miami ha conseguido algo que hasta ahora nadie había sido capaz de conseguir en estos Playoffs, ganar en el Chesapeake Energy Arena.

En los próximos partidos Oklahoma deberá empezar concentrado, mostrar la decisión que ha mostrado en los finales de encuentro y mantener una linea constante de intensidad defensiva. Si no es así, Miami se lo hará pagar. En el inicio de los dos primeros partidos, mientras los Heat galopaban velozmente, Oklahoma permanecía en el establo. En el primero pudo recortar la ventaja, no así en el segundo, y difícilmente podrá hacerlo en los siguientes tres enfrentamientos, en campo enemigo.





Los jinetes de Oklahoma deberán dar lo mejor de si desde el inicio si no quieren que el corcel de Miami se convierta en caballo ganador.


martes, 12 de junio de 2012

La senda del guerrero


De los 30 equipos que disputaron la fase regular tan solo 16 se ganaron el derecho de jugar los Playoffs. Así pues, se hizo la primera gran criba, y la puerta a otro mundo, a otra realidad, se abrió para 16 guerreros.
Para algunos cruzar esa linea ya significaba un éxito, otros levantaban la vista intentando vislumbrar la cima en la que ya habían estado, el lugar donde querían volver. Los restantes anhelaban alcanzar lo que tantas veces habían soñado.

Más de un mes después, ese número de guerreros se ha reducido a dos. La final Oklahoma-Miami era una final ansiada por muchos. Los dos mejores jugadores de la actualidad frente a frente, defendiéndose mutuamente, dos equipos con escuderos que no desmerecen para nada el que en su día tuvo un tal Michael Jordan: Dwayne Wade, Chris Bosh, Russell Westbrook o James Harden, cualquiera de ellos es capaz de hacer estragos en la defensa contraria, de decidir un partido, desequilibrar la final.



OKLAHOMA

El joven guerrero del Oeste ha crecido. Ha ido quemando etapas a una velocidad de vértigo, aprendiendo de las derrotas, mejorando día a día. Ahora es el gigante del salvaje Oeste, sus victimas yacen a sus pies.
Para ser grande tienes que vencer a los más grandes. Ellos lo han hecho. Son jóvenes, pero están sobradamente preparados para reinar.

Los Playoffs no fueron benevolentes con OKC. Empezaron a andar la senda hacia la gloria enfrentándose a unos Mavericks que la habían alcanzado hacia tan solo un año. Dallas fue un rival complicado, mucho más de lo que pueda aparentar el 4-0 que ilustra la eliminatoria. Los Mavericks supieron aguantar los arreones de OKC para llegar a finales igualados, especialmente en los dos primeros duelos en Oklahoma, pero ahí, Durant y compañía demostraron mayor sangre fría, mayor acierto. 
La derrota sólo es buena cuando aprendes algo de ella. Ellos lo hicieron, consumaron su “vendetta”. Vencieron a sus verdugos y continuaron su camino.

OKC ascendió sin titubeos al siguiente nivel. Ahí encontraron un guerrero deslumbrante, los flashes de las cámaras y la luz de su resplandeciente armadura no los cegó. Los Thunder fueron capaces de vencer a los Lakers, hicieron perecer a un jugador de una calidad sublime, de una fiereza competitiva desbordante. Kobe Bryant cayó, y por consiguiente también lo hicieron sus Lakers. OKC había crecido demasiado, ya no eran los mismos Thunder que los Lakers habían vencido dos años atrás. Los “truenos” han aprendido de los mejores y los han superado. OKC fue capaz de derrotar los dos últimos campeones de la NBA (los Lakers por partida doble), ahora sólo les quedaba destruir una dinastía. La misma que el Lockout había hecho emerger.

San Antonio era un equipo con un arsenal de jugadores casi ilimitado, el mejor banquillo de la competición, un conjunto renovado y que, hasta su enfrentamiento, había aniquilado a cualquier guerrero que osara cruzase en su camino sin rasguño alguno. Un conjunto que, basándose en unos jugadores de leyenda, había construido un equipo mayúsculo. Los Spurs llevaban un récord de 20-0, sin haber perdido ningún partido de Playoffs, incluyendo los primeros dos partidos con OKC. Todo hacía presagiar que el invicto continuaría siéndolo. Pero no fue así. Los Thunder se encargaron de ganar los siguientes dos partidos que disputaron en el Chesapeake Energy Arena, rompiendo el halo de invulnerabilidad que parecía acompañar a los Spurs. Entonces, en el quinto partido, la mítica fortaleza fue dinamitada, “la barba” (+24 con él en pista) hundió, quizá definitivamente, un equipo de leyenda. 

OKC nos ha demostrado que ya ha acabado su aprendizaje, que ya ha aprendido lo que necesitaba aprender. Ahora quiere reinar.



MIAMI

El guerrero del Este está donde todo el mundo le exigía que estuviera. Aún no ha hecho nada. A él no le vale competir, debe ganar. El rey busca su trono, necesita sentarse en él para así poder descansar.
La senda que han andado los Heat ha sido más benévola que la recorrida por los Thunder. Miami no tuvo problemas en deshacerse de un rival mermado por las lesiones como fueron los Knicks. Con Jeremy Lin fuera y las posteriores bajas de Iman Shumpert y Baron Davis, los Heat encontraron en los Knicks un escollo fácil de superar. Stoudemire supo romper el cristal del extintor, pero no pudo hacer nada con él. Los Knicks ardieron rápido. Demasiado.

En el siguiente nivel Miami se encontró con un equipo demasiado joven e inexperto para asumir un enfrentamiento con ellos, la baja de Bosh ayudó a que Indiana fuera más combativa, pero no pudieron hacerles más que un par de arañazos.
El joven guerrero tuvo que claudicar, pero esta derrota la utilizará para crecer. En años venideros se volverán a encontrar. Entonces será más fuerte.

Los Heat, mientras aguardaban conocer su próximo rival, aprovecharon para descansar. Unos días más tarde apareció el guerrero que habían estado esperando, un guerrero totalmente opuesto al que acababan de vencer. Un guerrero orgulloso, que el Lockout parecía haber rejuvenecido, que sacó fuerzas para sobreponerse a sus problemas físicos, para competir y ganar. La pelea fue larga, mucho más de lo esperado, aquel guerrero llevaba una armadura de aleación esmeralda, una aleación tan vieja como resistente. El calor de Miami no conseguía derretirla, pero entonces retornó Chris Bosh para recordarle al mundo que los Heat siguen siendo un Big Three. Los Celtics, cansados, ya no aguantaron más y terminaron sucumbiendo.

Este martes se dan cita en el Chesapeake Energy Arena los dos únicos guerreros que siguen en pie. Los dos están preparados para comenzar una nueva era, para ello han vencido a campeones como Dallas, Lakers, San Antonio o Boston. Han destruido el pasado para demostrarnos que ellos son el presente y serán el futuro.

Estamos a las puertas de una nueva era, una nueva rivalidad. Una final inédita que fácilmente puede volver a repetirse. La semilla de una nueva dinastía ha arrelado en las ciudades de Miami y Oklahoma, ahora sólo nos falta ver donde crecerá mejor; con el sol de Miami o bajo la tormenta de Oklahoma.





Muchos guerreros querrían hacerlo, pero tan solo el campeón de campeones podrá ver reflejada su mirada en ella. Tan sólo él merece besarla.















martes, 5 de junio de 2012

El elegido (LeBron James)


En el último partido contra Boston vimos, de nuevo, como las dudas se apoderaron de LeBron, que acabó pasando el balón en lugar de jugarse el tiro ganador. Pero, otra vez, superado por la presión y el temor a no cumplir las desmesuradas expectativas puestas sobre él, volvió a pasar el balón. El resultado fue el fallo de Haslem, jugador que no es la primera vez que recibe el venenoso pase de LeBron James.

El talento precoz de Akron ha crecido, pero parece arrastrar las inseguridades de su infancia. Permanece atado a ellas.


Más allá de gustos personales, nadie puede discutir el talento de LeBron. Sus números hablan por si solos: 27.6 puntos, 7.2 rebotes y 6.9 asistencias de promedio en sus 8 años como profesional.


La forma de irse de Cleveland no gustó, me incluyo, tuvo una actitud arrogante y poco considerada, pero hagamos un ejercicio de empatía: Imagina que en tu profesión eres la referencia, tienes un talento innato para lo que haces y no paran de decirte lo bueno que eres, y esto sólo es el comienzo, ¿lo tienes? Vale. Ahora visualiza, ya sé que es difícil, que al cumplir los 18 años te ofrecen un contrato de 90 millones de dólares. ¿Cómo asumirías el brutal cambio de vida que representaría? ¿Cambiarías tus amistades? ¿Te verías superior al resto?... Quizá tocado, bendecido si lo prefieres, con un don raramente concedido. Quizá te considerarías un elegido, es decir, “The Chosen One”.


Muchas veces es necesario conocer los orígenes de una persona, sus traumas y sus miedos, para comprender porque son como son, porque hacen lo que hacen.

La NBA está llena de historias trágicas, familias rotas por la droga, el alcoholismo o las bandas. Tiene que ser realmente difícil salir de esas aguas enfangadas, aislarse de ese cúmulo de errores que pequeñas esponjas ven a su alrededor, que se esfuerzan en no copiar, buscando un ejemplo de buena conducta, uno en el que puedan reflejarse para así poder crecer.


LeBron James fue un caso más, uno de esos que tanto abundan en la NBA. Su madre lo sacó adelante sola. Con 16 años y un bebe en brazos, Gloria tuvo que buscarse la vida como buenamente pudo, pues su madre (la abuela de LeBron) murió al poco de nacer su nieto.

Debido a la precariedad de su trabajo y el aislamiento con el que Gloria pretendía proteger a LeBron de la marginalidad y la delincuencia que reinaba en las calles de Akron, el pequeño no consiguió arrelar amistades. La vida nómada que tenían le dificultaba sobremanera que esa semilla, vital para cualquier niño, se formara adecuadamente.


Cuando entró al colegio empezó a utilizar el deporte como catalizador de sus emociones, frustraciones y miedos.

Allí encontró a un mentor, un espejo personal y deportivo, en el que quería parecerse. Su entrenador, Franki Walker, acordó con Gloria que el joven LeBron se mudara a su casa. En un ambiente más estable, menos nocivo, podría crecer mejor, ser parte de una familia. Una de verdad.


En esos años consiguió lo que tanto había anhelado en su niñez, el baloncesto le otorgó el primer premio, de los muchos que vendrían, pero quizá este sea el de más valor. La amistad, que aún perdura, entre LeBron, Joyce, Cotton, McGee y Frankie Jr.

Los “Fab Four” tomarón la decisión de no separarse y prometieron que seguirían jugando juntos en el instituto St. Vincent-St mary.


Sus números no paraban de subir y empezó a recibir los primeros galardones, premios de poca importancia, teniendo en cuenta los que obtendría en años venideros.

Los números que tenía por aquel entonces no distan mucho de los que tiene en la actualidad, a pesar de que ahora es defendido por algunos de los mejores jugadores del mundo. Eso demuestra que siempre ha sido un privilegiado físicamente y la referencia, no solo de su equipo, sino de la liga.


En su año junior la popularidad de LeBron alcanzó un nuevo pico. Altitudes difíciles de gestionar para un adolescente que pasó de ser invisible, de querer serlo, a recibir la atención de toda la nación.

Ese año apareció en portada de las revistas deportivas más influyentes del país: SLAM, Sports Illustrated, ESPN... Su ya de por si tremendo potencial fue explotado para vender un producto que, con el tiempo, haría millonarios a muchos. Le hicieron creer realmente que era un privilegiado, se encargaron de tapar sus defectos con colorete y de resaltar sus mejores atributos con un pintalabios de color verde. El color del dólar. A raíz de eso su popularidad creció como la espuma, hasta el punto que desbordó, y tuvieron que buscar otro pabellón más grande para satisfacer el gentío que quería ver al futuro rey.

Jugadores como Shaquille O'Neal o el mismísimo Michael Jordan hablaban de él. Incluso algunos partidos fueron televisados a nivel nacional. LeBron se encontraba en una nube que no hacia más que ascender. Una ascensión sin techo. El éxito desmedido lo convirtió en arrogante.


En su año senior llevó a su equipo a la consecución del tercer campeonato estatal, además de conseguir infinidad de reconocimientos individuales y nombramientos MVP en eventos de prestigio nacional.


Fue seleccionado por los Cleveland Cavaliers en la primera posición del draft del 2003. A partir de ahí su carrera fue meteórica y, siempre, superando las altas expectativas que soportaba en su ancha espalda, la elegida. Alcanzaba récords individuales a una velocidad de vértigo. La pregunta no era qué conseguiría, sino cuando.

Aquella misma temporada fue nombrado Rookie del Año convirtiéndose en el jugador más joven de la historia en conseguirlo, además de conseguir promediar 20 puntos, 5 rebotes y 5 asistencias por partido en su primera temporada en la liga, algo que hasta aquel entonces sólo habían conseguido Oscar Robertson y Michael Jordan.


LeBron parecía tener prisa por conseguir lo que unos pocos tardarían una década en lograr y que muchos otros otros no alcanzarían nunca.

Se convirtió en el jugador más joven en conseguir un triple-doble, en anotar 50 puntos, en alcanzar los 3500 puntos, 1000 rebotes y 1000 asistencias, ser nombrado en uno de los tres mejores quintetos de año, en promediar más de 30 puntos por noche, en ganar el MVP del All-Star...


Con tan sólo 22 años fue el estandarte de unos Cavaliers que escalaron hasta Las Finales, para acabar sucumbiendo frente los poderosos Spurs. Pero, por el camino, LeBron volvió a dejar su huella anotando los últimos 25 puntos de su equipo, en el enfrentamiento contra Detroit. Aquella actuación aún no la he podido borrar de mi mente...


En la siguiente temporada recolectó nuevos récords y la mayor distinción individual que un baloncestista puede conseguir, el MVP de la fase regular. Galardón que el año siguiente repetiría.


En la Temporada 2010-2011 llegó el esperpento, un ejercicio de narcisismo que acrecentó envidias y despertó odios. El show televisivo fue llamado “The decision” y acabó confirmando los augurios que lo situaban en South Beach, donde se encontraría con dos estrellas, y amigos, Dwayne Wade y Chris Bosh.


Quizá la forma en la que hizo oficial su fichaje por Miami no fue muy “cavalier” y él mismo reconoce que se equivocó en su proceder. Pero, aún criticando su decisión, a mi entender, recibió críticas exageradas y, porque no decirlo, inmerecidas. Pues aunque las formas fueron las peores, el fondo era entendible. El propietario del equipo, Dan Gilbert, fue el primero en alentar a la fanaticada a que quemasen camisetas de “King James”, de defenestrarlo como jugador y como persona. Incluso lo maldijo.

La hipocresía de Gilbert fue grande, pues no había sabido acompañar a LeBron de un equipo lo suficientemente competitivo, prueba de ello es el brutal hundimiento que sufrió Cleveland tras su marcha. Y es que al propietario de la franquicia, parecía utilizar mejor la crítica que la autocrítica. Tan solo supo rodear a su estrella, 2 veces MVP de la liga, con medianías y complementos, algunos de ellos muy veteranos como O'neal, Parker, Larry Hughes, Jamison... jugadores que su mejor época ya había pasado. Cabe recordar que la segunda referencia que tuvieron esos Cavaliers fue la de Mo Williams, un buen anotador. Sin más.

El año posterior los focos se dirigieron al “Big Three” de Miami, los favoritos al anillo cayeron ante unos combativos Mavericks de un colosal Dirk Nowitzki.

Una nueva decepción para el elegido, otro año sin el anhelado anillo. Un anillo que sigue inmune a su voraz precocidad.


LeBron siempre ha sido, y es, un personaje comprometido con su ciudad, Akron, y siempre se ha mostrado dispuesto a ayudar, bien sea mediante la donación de dinero para centros deportivos o organizando eventos en los cuales su presencia significa un imán para el turismo de la zona.


LeBron James no es uno de mis referentes, y con esto no quiero hacer cambiar vuestra opinión sobre él, sólo quería hacer ver que su arrogancia, chulería o prepotencia se pueden justificar, de alguna forma, con lo que ha vivido. Y es cierto que hay jugadores NBA con infancias y adolescencias aún más duras que las de LeBron, pero ninguno de estos jugadores que os vienen a la cabeza ha pasado de la minucia a la inmensidad en un lapso de tiempo tan reducido.








LeBron se convirtió en el rey de la selva, la misma que estuvo a punto de devorarle. El mismo trono que ostenta en la NBA con su tercero MVP.

viernes, 1 de junio de 2012

La fundición



El segundo juego entre Miami y Boston se ha saldado con una nueva derrota para los Celtics, pero esta ha sido diferente a la primera.
Los Heat practican un juego demasiado extenuante para los Celtics. Hay un par de equipos que aguantarían mejor ese endiablado ritmo de contraataques y transiciones rápidas que ejecutan los Heat, pero esos dos conjuntos, todos sabéis quienes son, están enzarzados en otro duelo.
Boston planteó mejor el segundo enfrentamiento, lo endureció y protegió su zona de forma más efectiva. Las heridas producidas por las dos ardientes espadas de Miami no fueron tan sangrientas como en el primer partido.
Los Celtics son capaces de resistir bien la primera parte (46-46 en el primer juego y 53-46 en el segundo), pero el desgaste que genera el estilo de juego que impone Miami no es el mismo para ambos. No es proporcional. Los jugadores de Miami pierden frescura, por supuesto, pero no al nivel que lo hacen los Celtics.
Boston necesita darse treguas durante el partido para sostener el ritmo al final del mismo, treguas que Miami sabe aprovechar.



Los desequilibrios son claros y evidentes, ambos conjuntos saben como jugar y como defender para herir al rival. Pero de saber que hacer, a saberlo ejecutar con el suficiente grado de perfección para que sea efectivo hay un abismo.

En el segundo partido de la eliminatoria los Celtics han jugado más duro y han sellado mejor la pintura. Intimidar a LeBron y Wade en el territorio donde más daño pueden hacer les hará perder balones o les obligará a doblarlo a jugadores abiertos. El problema es que si les das demasiada presión a complementos pocas veces usados previamente, lo más probable es que fallen el tiro. Exceptuando el dúo estelar (Bosh está lesionado) sólo Chalmers es capaz de asumir esa responsabilidad y meterla. Miami tan solo tiene un jugador que supera el 40% en triples, Mike Miller se encuentra en un 41.7% , mientras que el segundo mejor triplista, en porcentaje, es Mario Chalmers con un 36.5% . El resto de jugadores no supera el 30% de acierto a pesar de que, muchas veces, tiran completamente solos, o bien antes de recibir tardíos punteos del rival.

Blinda la zona y conseguirás reducir muy mucho el daño que causarán los Heat. Pero la dificultad no reside en hacerlo, lo realmente difícil es mantenerlo. Para realizar ese juego de ayudas tienes que gastar muchas fuerzas en defensa, y ir al choque ante dos bestias físicas como LeBron y Wade es un desgaste añadido. Para realizar ese juego con efectividad necesitas un pivot intimidador que al mismo tiempo sea muy móvil y tenga cierta anticipación. 

A mi me cuesta creer que los Celtics estuviesen interesados en traspasar a Rondo a mediados de temporada, pues es joven, y en su puesto está al nivel de los mejores. “Sólo” debería mejorar el tiro de media/larga distancia para convertirse en uno de los bases más completos de la historia.
Ayer un Rondo superlativo hizo temblar el American Airlines Arena (44 puntos, 10 asistencias, 8 rebotes) incluyendo un 2 de 2 en triples y cogiendo la responsabilidad en los momentos decisivos. Quizá su par tenga parte de culpa, pero Mario Chalmers (22 puntos, 6 asistencias, 4 rebotes) también hizo un buen partido a pesar de no llegar a los números de Rondo (nadie se lo pide), ayudó a mantener las distancias con Boston y fue vital para reducirlas, mediados el segundo cuarto.

Las premisas a seguir son claras. Los verdes tienen que nutrir de balones a Garnett en la pintura, dejar que Rondo marque el ritmo del partido, ser duros en defensa y rápidos en las ayudas/coberturas. Es imposible que con la edad que tienen las estrellas verdes (exceptuando a Rondo) y lo castigados que están con las lesiones, puedan sostener ese ritmo defensivo los 48 minutos de juego, pero sus desconexiones no pueden ser tan evidentes. 

Miami seguirá repitiendo el mismo concepto que lleva practicando toda la temporada, y es que, aunque saben que no es infalible, es el sistema que mejor resultado les da.
Mientras tanto esperarán el regreso de su referente interior, uno de los mejores cuatros de la liga, Chris Bosh. Puede que no lo necesiten para vencer a los Celtics, pero en unas hipotéticas Finales sí que lo necesitarán.

Ahora la serie se traslada a Massachusetts. El Garden es un santuario venerado por sus fieles, pero que se muestra despótico con el rival. La nación verde aguarda ver el sufrimiento y la frustración que provoca esa mítica cancha. Un campo que ha visto colapsar a algunas de las mejores estrellas. Estrellas tan o más brillantes que las de Miami.
En ese “jardín” hay un intangible, un concepto abstracto, un halo especial que el aficionado verde identifica como orgullo. Sea lo que sea, lo que emane de ese templo del baloncesto alimentará a los Celtics, veremos si lo suficiente como para doblegar a los Heat.




En su jardín serán capaces de resistir mejor el sofocante calor con el que Miami asfixia a sus rivales.