lunes, 12 de noviembre de 2012

La fuerza de la naturaleza



Aunque a menudo indulgente, la naturaleza nos recuerda que no nos pertenece. Capaz de sacar una fuerza indómita, su furia no tiene igual, y en sus múltiples variantes, el poder que desata suele ser devastador.




La naturaleza en su estado más salvaje





Pero más allá de estas imágenes hay un extraño fenómeno que recorre ciudades exhibiendo su fiereza. En la liga hay una fuerza cada vez más difícil de controlar, una fuerza cuya naturaleza es cada vez más virulenta.

El fenómeno ya empieza a asustar y las autoridades pertinentes intentan aplacar esa ira desbocada. Los equipos empiezan a tenerlo en cuenta, a preocuparse por él; temerlo. No se trata de una tormenta de verano, no se trata de un fenómeno pasajero. Pasa el tiempo y su efecto no hace más que aumentar.

*Antes de que desveléis la identidad de ese “fenómeno” ¿sabríais decirme a qué jugador me estoy refiriendo?




Punto y seguido. Ha empezado la temporada con la misma fuerza que la terminó, empeñado en demostrar que su físico tiene un hueco en la liga más física del mundo. Su corta estatura no le está impidiendo guerrear delante de las peores bestias de este circo.
Un reboteador compulsivo que quiere demostrar a propios y extraños que su liga es esta, que cuando salta la diferencia de centímetros se iguala; entonces es más grande.

Pero eso no lo aprendió en la NBA pues su fuerza, garra e intensidad vienen de mucho antes, de una filosofía de vida.
Faried aprendió a dar lo que otros no querían, se curtió, y ahora ofrece lo que otros no pueden.

Ya en su etapa universitaria, demostró que su hábitat quedaba restringido a la pintura, espectro del juego que gobernaba con tiranía. En Morehead State completó el ciclo universitario con promedios de 14.8 puntos, 12.3 rebotes y 1.8 tapones realizando una última temporada bestial en la cual lideró la nación en dobles-dobles, igualando así a Ralph Sampson en la segunda posición del ránking de todos los tiempos.
Aunque el mayor hito que ostenta es el de destronar a una leyenda en activo del baloncesto, al Dios de San Antonio: Tim Duncan.
En el partido que le enfrentaba a Indiana State sumó 12 rebotes; alcanzó la marca. Entonces los demás jugadores de aquel encuentro se convirtieron en comparsa de un jugador que hizo historia superando el récord de un histórico, y no por poco además, pues estableció el nuevo registro en 1673 rebotes (Duncan hizo 1570).
Kenneth Faried superó una marca que había permanecido inalterada desde 1997. Tuvo que saltar mucho y muy alto para alcanzar ese trono; batió el récord, y lo hizo desde sus 2.03.

Así pues su ferocidad viene de lejos, de una fuerza innata que exprime al máximo. La inyección económica que supuso su entrada a la NBA sirvió de desahogo a su madre, enferma del riñón. Ahora más que nunca, recibe un aliento muy especial, el suspiro que él le dio. 

Kenneth Faried es un jugador con un enorme margen de mejora. Tiene muchos puntos débiles y aunque los empieza a trabajar, su meta aún está lejos. Su velocidad e intensidad le permiten interceptar muchos balones, y en los contraataques o transiciones rápidas (en Denver abundan) su par se queda atrás, por lo que suele acabar la jugada con un estruendoso sonido procedente del aro. Un sonido que si se produce cerca de las montañas rocosas, provoca un sonoro eco de la afición.
En estático su importancia se reduce, conoce su papel y sabe que su momento llegará. Espera agazapado a que el balón salga repelido del aro y cuando eso sucede, salta a por él.
Para ser un gran reboteador no es indispensable tener una gran capacidad atlética, ni ser muy grande. Basta con tener una buena colocación, pelear con intensidad cada balón y tener un buen timing de salto; es su caso.




En la presente temporada ha mejorado sus números en la mayoría de puntos estadísticos, sin embargo hay uno en el que debo incidir, pues no tan solo no lo ha mejorado, sinó que lo ha empeorado ostensiblemente. En lo que llevamos de temporada, su porcentaje de tiros libres ha bajado dramáticamente hasta el punto de situarse por debajo del 50% (la temporada anterior tuvo un 66.5%). Situación similar a la que vivió en su año sophomore otra bestia de la pintura: Blake Griffin.


Aun le queda un gran camino por recorrer, pero su físico y su juego me recuerda mucho a otros jugadores cortos de estatura. Jugadores que suplían la falta de centímetros con un corazón más grande que su cuerpo; hablo de hombres del calibre de Ben Wallace o Dennis Rodman.

El mitad hombre mitad animal (en la universidad uno de sus apodos era Mannimal) debe conservar esa parte animal para subsistir en la NBA, pero si quiere crecer y ser algo más que una “simple” fuerza de la naturaleza, deberá mejorar su parte más humana; desarrollar un tiro decente desde la media distancia, así como un juego de pies mejor del que posee. Si lo consigue su progresión como jugador será espectacular.



Solo es el principio.


1 comentario:

  1. Peazo artículo!!! Y los tapones de Faried sobre Henderson y Westbrook brutales!

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