lunes, 26 de noviembre de 2012

Pasión NBA 2x06



Como ya sabréis los que visitáis mi blog asiduamente, he ido innovando su estética y añadiendo nuevos contenidos. Hace unas semanas añadí la opción de escuchar el podcast de los amigos de Pasión Deportiva, pero debido a la cantidad de información y la calidad del contenido, he creído conveniente postearla como entrada.

El podcast se realiza en directo los domingos a las 16:00 horas y su contenido es enteramente NBA tratando la actualidad de forma crítica y objetiva.



En esta ocasión dirigen el programa Manu Corraliza y Andrés Monje, los cuales junto a Jordi Broncano, Marc Carrila y Paco Atero tratarán la actualidad NBA.


Contenido

El debate: La situación de Pau Gasol en los Lakers
Tertulia: Charlotte Bobcats, New York Knicks, Memphis Grizzlies



Yo ya me he enganchado a ellos; estoy seguro que no seré el último.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Están preparados



La glamurosa ciudad de Los Angeles cuenta con dos equipos que, como buenos hermanos, comparten el nombre de su querida madre: L.A.
Pero la devoción de la ciudad por sus dos hijos no es equitativa, nunca lo fue. Siempre ha habido un hijo predilecto, un equipo ganador y exitoso; un equipo campeón.

Mientras a uno le dan todo, el otro no recibe nada. Los Lakers tienen la fama, el glamour, el calor de la afición, el respeto de la liga y algo indispensable: las estrellas. Su camiseta ha lucido por todos los rincones del globo con orgullo, grandes leyendas la han convertido en su uniforme de trabajo y Phil Jackson, el creador de dinastías, en su talismán.
En el pasado, las comparaciones entre los dos hermanos siempre fueron odiosas, pues siempre había un perdedor; y siempre era el mismo. Sin embargo, en esta ocasión la comparación es justa, y el vencedor, por ahora, distinto.
El equipo que la misma ciudad de L.A ha ninguneado, está haciendo méritos suficientes para recibir sus mimos. Los Clippers se están ganando el respeto de la nación y, por fin, el de su ciudad.
Acaparan flashes y portadas, su juego ya es marca registrada. El seguidor Clipper empieza a sentirse orgulloso de serlo.

¿A qué responde tal cambio? Pues está claro: victorias. Y es que con el conglomerado de jugadores que han unido, pueden tutear a cualquier grande de la liga.
Para elaborar la receta del éxito, el primer ingrediente que añadieron fue la mejor semilla del draft del 2009, Blake Griffin. Con su irrupción en la liga, los Clippers empezaron a practicar un juego vistoso y espectacular. De pronto, el otro equipo de Los Angeles empezó a copar las listas de las mejores jugadas del día, de la semana o del mes. Los Clippers le dieron la vuelta a la tortilla y empezaron a llenar estadios, se convirtieron en un equipo agradable de ver, de disfrutar. Un producto escaso que a todo el mundo parecía gustar.
Llegados a ese punto, los Clippers entendieron que les faltaba un ingrediente y el año pasado se hicieron con él. Obtuvieron a un líder, aquel que cualquier equipo que pretende ganar el anillo debe tener; obtuvieron a Chris Paul.
Con él alcanzaron los Playoffs y derribaron el primer escollo, y aunque en el segundo fueron barridos por San Antonio, el objetivo estaba cumplido; experimentar Playoffs. 

Pero este año los Clipppers tienen eso y mucho, muchísimo más. A un equipo eminentemente físico, le han añadido las necesarias inyecciones de calidad y experiencia que le faltaban. Además, están teniendo la paciencia de esperar a Chauncey Billups, hecho por el cual serán recompensados más adelante. 
La adquisición de jugadores como Grant Hill, Lamar Odom o Jamal Crawford aportará veteranía, experiencia y temple; elementos que se tornan indispensables en territorio Playoffs.


Estos Clippers son distintos y lo están demostrando. Ya han sido capaces de ganar a cocos como Chicago, Lakers, San Antonio o Miami, es decir, pueden ganar a cualquiera. Este año lo tienen todo, pues en el banquillo también tienen mucho. La justa mezcla de juventud y veteranía, mucho físico, pero mayor calidad.
Porque la calidad que han añadido es mucha, y el máximo exponente de ese concepto es Jamal Crawford. El talentoso escolta siempre ha sido un buen jugador en malos equipos, el sexto hombre con capacidad de cambiar un partido, de detener en seco el grito de “defense”, de anotar tras falta; de decidir un partido.
Su calidad está muy por encima de su físico, de su sitio en el banquillo y de sus minutos fuera de él. Eso sí, los Clippers han de saber darle el nivel de importancia que requiere tal nivel de calidad; confío en que lo harán.
Ahora mismo está promediando 19.7 puntos por noche, pero lo verdaderamente increíble es su eficiencia, pues los está consiguiendo con una media de tan solo 28 minutos por partido. Ya hubo temporadas en las que Crawford alcanzó esa cifra, y no es nada sorprendente en un jugador de su calidad, pero lo que convierte esta temporada en distinta, es que los está consiguiendo en 10 minutos menos de juego.

Crawford es un jugador que se ha mostrado grande jugando para medianías cuyo objetivo más ambicioso era alcanzar Playoffs o superar primera ronda. Ahora es distinto. En los Clippers, en estos Clippers, su objetivo es otro. Por fin ha encontrado un objetivo a la altura de su calidad, ahora forma parte de un equipo en el que es y será factor diferencial para hacer diferencia, la más grande de la historia Clipper.

Quizá el último ingrediente que necesite este grupo de grandes jugadores sea uno que jamás ha tenido la franquicia para la que juegan. Podríamos hablar de suerte, pero a mi entender la palabra fortuna es más acertada, pues mientras unos han contado siempre con ella (en el doble sentido de la palabra) los Clippers la siguen esperando.
Hartos de esperar, este año han decidido salir a por ella; ganársela. Eso han hecho con todo lo que han conseguido hasta ahora.





Lo tienen todo.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Andris Biedrins cumple su sueño



A la espera de mejores tiempos, los aficionados del Oracle Arena saben como disfrutar de su equipo, de las pequeñas cosas que les da. Solo así se puede entender el fervor con el que celebraron los tiros libres que anotó el lanzador de piedras Andris Biedrins. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

La fuerza de la naturaleza



Aunque a menudo indulgente, la naturaleza nos recuerda que no nos pertenece. Capaz de sacar una fuerza indómita, su furia no tiene igual, y en sus múltiples variantes, el poder que desata suele ser devastador.




La naturaleza en su estado más salvaje





Pero más allá de estas imágenes hay un extraño fenómeno que recorre ciudades exhibiendo su fiereza. En la liga hay una fuerza cada vez más difícil de controlar, una fuerza cuya naturaleza es cada vez más virulenta.

El fenómeno ya empieza a asustar y las autoridades pertinentes intentan aplacar esa ira desbocada. Los equipos empiezan a tenerlo en cuenta, a preocuparse por él; temerlo. No se trata de una tormenta de verano, no se trata de un fenómeno pasajero. Pasa el tiempo y su efecto no hace más que aumentar.

*Antes de que desveléis la identidad de ese “fenómeno” ¿sabríais decirme a qué jugador me estoy refiriendo?




Punto y seguido. Ha empezado la temporada con la misma fuerza que la terminó, empeñado en demostrar que su físico tiene un hueco en la liga más física del mundo. Su corta estatura no le está impidiendo guerrear delante de las peores bestias de este circo.
Un reboteador compulsivo que quiere demostrar a propios y extraños que su liga es esta, que cuando salta la diferencia de centímetros se iguala; entonces es más grande.

Pero eso no lo aprendió en la NBA pues su fuerza, garra e intensidad vienen de mucho antes, de una filosofía de vida.
Faried aprendió a dar lo que otros no querían, se curtió, y ahora ofrece lo que otros no pueden.

Ya en su etapa universitaria, demostró que su hábitat quedaba restringido a la pintura, espectro del juego que gobernaba con tiranía. En Morehead State completó el ciclo universitario con promedios de 14.8 puntos, 12.3 rebotes y 1.8 tapones realizando una última temporada bestial en la cual lideró la nación en dobles-dobles, igualando así a Ralph Sampson en la segunda posición del ránking de todos los tiempos.
Aunque el mayor hito que ostenta es el de destronar a una leyenda en activo del baloncesto, al Dios de San Antonio: Tim Duncan.
En el partido que le enfrentaba a Indiana State sumó 12 rebotes; alcanzó la marca. Entonces los demás jugadores de aquel encuentro se convirtieron en comparsa de un jugador que hizo historia superando el récord de un histórico, y no por poco además, pues estableció el nuevo registro en 1673 rebotes (Duncan hizo 1570).
Kenneth Faried superó una marca que había permanecido inalterada desde 1997. Tuvo que saltar mucho y muy alto para alcanzar ese trono; batió el récord, y lo hizo desde sus 2.03.

Así pues su ferocidad viene de lejos, de una fuerza innata que exprime al máximo. La inyección económica que supuso su entrada a la NBA sirvió de desahogo a su madre, enferma del riñón. Ahora más que nunca, recibe un aliento muy especial, el suspiro que él le dio. 

Kenneth Faried es un jugador con un enorme margen de mejora. Tiene muchos puntos débiles y aunque los empieza a trabajar, su meta aún está lejos. Su velocidad e intensidad le permiten interceptar muchos balones, y en los contraataques o transiciones rápidas (en Denver abundan) su par se queda atrás, por lo que suele acabar la jugada con un estruendoso sonido procedente del aro. Un sonido que si se produce cerca de las montañas rocosas, provoca un sonoro eco de la afición.
En estático su importancia se reduce, conoce su papel y sabe que su momento llegará. Espera agazapado a que el balón salga repelido del aro y cuando eso sucede, salta a por él.
Para ser un gran reboteador no es indispensable tener una gran capacidad atlética, ni ser muy grande. Basta con tener una buena colocación, pelear con intensidad cada balón y tener un buen timing de salto; es su caso.




En la presente temporada ha mejorado sus números en la mayoría de puntos estadísticos, sin embargo hay uno en el que debo incidir, pues no tan solo no lo ha mejorado, sinó que lo ha empeorado ostensiblemente. En lo que llevamos de temporada, su porcentaje de tiros libres ha bajado dramáticamente hasta el punto de situarse por debajo del 50% (la temporada anterior tuvo un 66.5%). Situación similar a la que vivió en su año sophomore otra bestia de la pintura: Blake Griffin.


Aun le queda un gran camino por recorrer, pero su físico y su juego me recuerda mucho a otros jugadores cortos de estatura. Jugadores que suplían la falta de centímetros con un corazón más grande que su cuerpo; hablo de hombres del calibre de Ben Wallace o Dennis Rodman.

El mitad hombre mitad animal (en la universidad uno de sus apodos era Mannimal) debe conservar esa parte animal para subsistir en la NBA, pero si quiere crecer y ser algo más que una “simple” fuerza de la naturaleza, deberá mejorar su parte más humana; desarrollar un tiro decente desde la media distancia, así como un juego de pies mejor del que posee. Si lo consigue su progresión como jugador será espectacular.



Solo es el principio.


martes, 6 de noviembre de 2012

La responsabilidad de un líder



A menudo sin quererlo, nos encontramos con situaciones que cambian nuestra vida. Momentos puntuales que no buscamos; solo llegan.
A priori, resulta relativamente fácil identificar si el cambio es a mejor o a peor, pero en última instancia, eso solo depende de nosotros, de la actitud que tomemos.

Hay opiniones divididas acerca de a quién beneficia más el cambio de jugadores entre OKC y Houston (James Harden, Cole Aldrich, Lazard Hayward y Daequan Cook se van a los Rockets a cambio de Kevin Martin, Jeremy Lamb y tres elecciones del Draft del 2013). Pudiéndolo discutir largamente, si hay algo claro es que, más allá de equipos, quién sale más beneficiado lleva barba. Sí. James Harden.

El tercera espada de OKC se convierte en punta de lanza.

Muchos creían, me incluyo, que Harden era mucho más que un sexto hombre, un jugador que tuvo la fortuna y la desgracia de coincidir en el mismo equipo que Durant y Westbrook.
Harden sabía que se encontraba en un equipo grande, un equipo ganador del cuál formaba parte capital. Por ese motivo aceptó el rol de asesino desde el banquillo sin rechistar. Sabía que en ese equipo crecería y ganaría; algunas veces gracias a él, otras muchas gracias a sus compañeros.

En ese rol obtuvo un merecido reconocimiento: fue nombrado Mejor Sexto Hombre de la NBA. Pero este traje le venía demasiado estrecho a un jugador de calidad enorme. En OKC su techo no lo limitaba su talento, la culpa era más bien del número de minutos y el “inconveniente” de compartirlos con Durant y Westbrook. En Houston, este incómodo techo desaparece; ahora se puede erguir. 
Será diferente; él lo sabe. En el primer partido que disputó como Rocket ya demostró conocer el nuevo papel que deberá desempeñar en un equipo excesivamente joven (media de 23 años). Los números son clarificadores: 44 minutos de juego en los que hizo 37 puntos, 6 rebotes, 12 asistencias y 4 robos.

En su primer partido demostró una adaptación inmediata al nuevo rol; mucho más exigente. El mejor sexto hombre de la competición, se convirtió en el líder que su equipo necesitará partido tras partido. Tiró más que nunca. Prueba de ello son los registros personales que batió contra Detroit: número de tiros de campo intentados, y también encestados, así como el número de minutos que estuvo en pista, destrozando su anterior récord de asistencias.

En el siguiente partido, escaló hasta los 45 puntos (récord personal) se mostró incisivo y muy hiriente; penetró con determinación, la determinación de un líder.

Está siendo quién esperan que sea. En tres partidos, Harden ya ha batido muchas de las mejores marcas obtenidas en OKC, y las que le quedan solo son cuestión de tiempo. Cualquier cambio conlleva sus pros y sus contras, la virtud radica en saber anteponer los pros de la nueva situación. A esa capacidad algunos le llaman madurar; eso conseguirá esta temporada. 

En mi humilde opinión, quién mayor rédito va a sacar de esta unión es el mismo Harden pues crecerá como jugador y, sobre todo, como líder. En Houston, James Harden será la estrella que no podía ser en OKC, en los Rockets tendrá la libertad de hacer y deshacer a su antojo. En ese aspecto se igualará a las grandes estrellas de la liga. Pero su propósito debe ir más allá, su propósito debe ser convertirse en una de ellas; en eso está.

James Harden es un jugador de una calidad inaudita, una calidad que liberada del corsé que suponía OKC, crecerá desbordando las expectativas más optimistas. Houston lo ascenderá a las alturas, a una cota en la cual tan solo habitan las superestrellas.




En Houston demostrará que su techo aún no se vislumbra.